domingo, 8 de mayo de 2011

El amor trascendental

Hay un amor animal que da como resultado el hijo de la carne. Hay un amor también, un amor mágico o espiritual que da como fruto el hijo espiritual que surge de la unión armónica de los dos polos, femenino y masculino, luz y oscuridad; este hijo es el elemento vida.

La consumación del acto de unión espiritual es posible solo cuando se prefiere la contemplación del otro como legítimo otro (no como medio, sino como fin) ante el acto sexual carnal. En la práctica, por ejemplo, al estar en la cama con el ser amado, se contempla al ser fenoménico del otro en cuanto otro frente a mí y se relega el amor carnal a un segundo plano.

El sexo tántrico es la práctica carnal para la asención a la espiritualidad, esto es, a la inmortalidad. El acto tántrico se completa cuando los polos logran una armonía tal, que pueden concientizarse de que el otro polo es parte de mí, en cuanto a ser fenoménico, en otras palabras, cuando se logra la integración del otro a mí y realmente se puede “amar al prójimo como a uno mismo”.


El ánima (femenino) y el animus (masculino) , el alma del hombre y el alma de la mujer, en tanto cuerpo etéreo o sutil, logran complementarse en una completitud, en un yin y un yang, este producto es el alma pura del hijo espiritual, generadora de energía eterna por la oposición de los dos polos y la lucha constante de estos. Esta fricción es la que produce energía pura, el elemento vida, el elemento luz pura, el color blanco: el amor trascendental.

http://es.scribd.com/doc/54965263/EL-AMOR-MAGICO

La ciencia

Después de Newton, la ciencia moderna ha dejado de lado lo esotérico para fijar su objeto de estudio en lo exotérico, esto es, lo perceptible por los sentidos, lo comprobable empíricamente. Esto ha traído consecuencias a nivel de la humanidad pues el paradigma contemporáneo está fuertemente influido por la ciencia moderna y por la filosofía positivista – empirista que yace detrás de esta.

La humanidad vive en un letargo superficial ya que no hay, socialmente hablando, una creencia aceptable si es que no está fundamentado en la experiencia, incluso cuando esta no es fidedigna racionalmente. Hume ha planteado que realmente no hay ninguna relación comprobable que ligue a una causa con un efecto, solo se relaciona por la costumbre y es también por ello que cuando una causa no tiene el resultado esperado nos sorprende o nos saca de quicio, incluso, nos asusta.

Precisamente lo esotérico se presenta en lo no experimentable, en aquello que no es comprobable empíricamente en todos los casos, pero al igual que la experiencia, es primeramente un acto de fe (esperar que un efecto siga a una causa en todos los casos, es finalmente un acto de fe), del mismo modo, lo esotérico tiene la misma validez al ser un acto de fe en sus inicios.

Lo exotérico no hace necesario ningún patrón valórico, no implica nada para el actuar humano, no obliga a nada. Lo esotérico (inevitable, pero constantemente intentado de evadir), implica patrones valóricos y verdades estables, quizás, eternas.

La educación

Desde que la educación está en manos del poder (hoy económico, antes político) existe un control de los contenidos y de la manera en que se debe enseñar. Estas formas y contenidos están planeados con tal de que se mantenga el sistema imperante, de configurar a los alumnos de manera que sean piezas que encajen en este sistema.

La censura de contenidos está fuertemente relacionado con esta situación. No se enseñan datos que permitan vestigiar la configuración basal del sistema imperante ni se pueden enseñar datos que contradigan a este sistema, al menos, no se profundizan o se ponen de plano los sistemas (económicas, políticas) con tal de relacionarlo con la realidad. La idea de fondo es mantener aletargados a todos los estudiantes (“el futuro del país” y, por ende, el futuro del sistema).


El sistema educativo debe estar lejos de la manipulación para enseñar a pensar, a criticar y, más que todo, alentar el desarrollo integral de las personas, en otras palabras, desarrollar el ejercicio de introspección y meditación con tal de encaminar el logro de la conciencia de sí mismo.

sábado, 7 de mayo de 2011

Conciencia moral, de sí y del todo.

Hoy por hoy el término “conciencia” es utilizado tanto y de tan diversas formas que ha perdido su significación trascendental. Entre todos los usos que se le ha dado, me parece distinguir dos grandes grupos: la conciencia moral y la conciencia de sí mismo.
El término “conciencia moral” se utiliza para responder al darse cuenta de “lo bueno y lo malo”, es decir, como una facultad basada en la razón que capacita un juicio valórico, o sea, poder decir de un acto o situación que es buena o mala, correcta o incorrecta, pertinente o no pertinente, etc. Sin embargo, no es suficiente esta definición para el rol que cumple dentro de la moral, esto es, la base por la cual puede haber un reproche social general a ciertos actos al punto de que quienes no cumplen con esta conciencia moral, son enfermos mentales o sociópatas.
Si bien hay ciertos valores que se han repetido incesantemente a lo largo de la historia y ciertos tabúes que son universales (como Lévi-Strauss ha develado en sus investigaciones, el incesto es un pecado universal), no se puede apresurar la conclusión de que sea porque haya una conciencia moral impregnada en cada individuo, al menos, no al punto de considerar sociópata a quien no comparta esta.
La pauta valórica que predomina en una determinada sociedad está basada en la cultura preponderante de dicha sociedad. Así, por ejemplo hoy, hay una pauta valórica que ha sobrevivido muchas épocas, quizás todas, pero quienes practican esta, son la minoría. La pauta valórica que impera es una transvaloración del ser de la persona, por el hacer de la persona, esto es, la persona ya no vale por sí misma, sino que adquiere valor en cuanto sus acciones se ajusten a un sistema, en cuanto encaje con el mecanismo actual, más aún, hay veces en que ni siquiera el hacer algo es suficiente, sino que se hace necesario lograr un producto material con lo que se hace para ser considerado una “persona”. Cuanto tienes es hoy cuanto vales.
La transvaloración imperante produce una baja autoestima en toda persona que no logra producir por sus acciones. El peso de la mirada social sobre el individuo es una condición muy difícil de superar a la larga. Resulta que el individuo da por cierto lo que la mirada social ha impregnado en él, un análisis ingenuo probablemente diría que es fácil distinguir cuales son los errores que la mirada social presenta y, probablemente, defendería muchas de las posturas sociales como correctas, como buenas o aceptables, o tal vez, simplemente, se vería como un “no queda otra”. Pero la mirada social determina más de lo que un análisis superfluo podría distinguir.
La mirada social funciona como una cadena, hoy es difícil verificar de donde comenzó, sin embargo, no es inoportuno postular que es por la pérdida de sentido de algún grupo social en algún momento histórico, probablemente, muchos factores más influyeron, pero la chispa que prende el fuego, ha de partir de una mirada social inicial, de un paradigma de la realidad errado en cuanto a la integralidad humana o, quizás, una malinterpretación de un paradigma en principio bien intencionado. La cadena de la mirada social funciona de manera que el individuo configura su conciencia moral basado en los reproches de la sociedad (en primera instancia, de la familia), es decir, configura sus juicios valóricos en base a estos reproches. A su vez, la mirada social que condiciona al individuo, ha sido ya corrompida por otra mirada social y así sucesivamente hasta el inicio de los tiempos.
El cambio de conductas y patrones valóricos obedece a un sistema caótico, es impredecible como cambiarán a largo plazo las miradas sociales, un pequeño cambio (la mirada social de Jesús, la mirada social de Napoleón, la mirada social de Marx, la de Hitler, la de Buda, la de Stalin, la de Rousseau, la de Voltaire, la de Hobbes, la de Descartes, la de Kant, etc, etc, etc.) provoca cambios radicalmente inesperados. Un sistema caótico se basa en una cadena de causas y efectos: el beso de dos personas en New York puede producir un incendio en Tokyo después de cincuenta años porque (suponiendo) el beso de esas personas causó celos en otra persona, esta se desquitó con su esposa quien después de diez años de maltratos se divorció, luego de diez años más se casó con un japonés que andaba de paseo por New York y se mudaron a Tokyo, y pasados treinta años de vivir juntos deciden casarse. En el matrimonio alguien prende un cigarrillo y luego de fumarlo, lo tira sin apagarlo bien y produce un incendio en Tokyo. Quizás el análisis resulta rebuscado, pero no es del todo descabellado si se considera que no es la única causa, puesto que hay, en un sistema caótico, a medida que el tiempo avanza, una incidencia de diversos e innumerables factores que funcionan como causas. De la misma manera, funcionan los cambios sociales, hay cambios, en una época considerados mínimos, que en otra se tornan de vital importancia.
La conciencia moral, varía entonces, según la época y de acuerdo a un sistema caótico, la única armonía que se puede encontrar en este sistema y que, en realidad, no es tan certero (por la cantidad de años que podemos observar el fenómeno), es la estabilidad de ciertos valores que se repiten.
Los valores que se repiten son los que configuran la conciencia de sí mismo. Estos valores se pueden reducir a los diez mandamientos, a las cuatro nobles verdades, a los derechos humanos, etc. En específico, la base de todos los valores que se han repetido, es el amor al prójimo. Incluso en Kant está presente en un imperativo categórico: Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio. 
La conciencia de sí mismo permite una valoración del sujeto en cuanto a sujeto, esto es, en cuanto a sujeto perteneciente a un grupo de sujetos pero diferenciado y particular. La toma de conciencia de sí mismo, permite verse a sí como un otro en tanto al grupo, al mismo tiempo que considerar al grupo igual a mí en esencia. La conciencia de sí mismo se da por la introspección (por los medios que yo sé), por medio de la meditación y por la inspección de lo externo, por medio de la contemplación. Ninguno de los procesos ha de ser netamente racional, pues este tipo de proceso sintentiza la totalidad para hacerla entendible, procesable (metáfora computacional, cambiar el formato para que sea apto a la configuración de la conciencia humana, o sea, en formato temporal y espacial). Los procesos reclaman la exclusión de todo proceso cognitivo y emocional para quedarse con la intuición a partir de un todo difuso, no procesable por medio de la razón, pero experimentable por la conciencia de sí mismo. De esta manera, la conciencia de sí mismo permite concebir el todo como un todo y concebir el todo como un todo, permite la conciencia de sí mismo.

Por un esoterismo lejos de la superchería

Muchos han considerado al esoterismo como superstición, como brujería y, en general, como ignorancia. Sin embargo, si revisamos la historia, han habido grandes personajes que han influido en el curso mundial que han estado ligados a las prácticas esotéricas. Algunos de ellos son San Agustín de Hipona quien antes de convertirse al catolicismo, pertenecía a la hoy considerada secta de los maniqueístas quienes realizaban rituales y utilizaban símbolos y conceptos milenarios en la tradición esotérica. Otro de estos personajes es Allen Ginsberg, en su obra completa, pero principalmente en Howl, se puede apreciar un vasto conocimiento de las ideas preponderantes en la tradición esotérica (hermética). Francis Bacon, además de ser el “fundador de la ciencia moderna”, era alquimista y miembro de la Orden de los Rosacruces. Leonardo Da Vinci y la alquimia, Plotinio y la magia de los neoplatónicos, Paracelso y la alquimia, Ralph Waldo Emerson y el espíritu universal, Walt Whitman, William Shakespeare, William Blake, Victor Hugo, Isaac Newton y la lista suma y sigue.

 No hay ninguna relación directa entre esoterismo y superstición, el error de esta relación surge por el predominio de una ideología que considera al esoterismo y las prácticas esotéricas como profanas. En la época antigua, no tenía nada de sobrenatural (socialmente hablando) realizar rituales, invocar dioses, sacrificar y sacrificarse, esto porque la espiritualidad en los griegos (y también en los mayas, los aztecas, los incas, los chinos, los sumerios, etc.) fue muy resaltada, al nivel de que la fe era el pilar fundamental que regía la cultura.
Quinientos años después de Cristo, las prácticas esotéricas aún seguían tan vigentes como en la época antigua, sin embargo, con el comienzo de la Edad Media, todas las prácticas religiosas distintas (ni siquiera contrarias) a la católica, fueron desacreditadas como religión para considerarlas “sectas”. Entre estas sectas estaban los cátaros y los maniqueístas (quienes también fundamentaron su creencia en una lectura de la Biblia), influencia directa de San Agustín de Hipona, teórico central de la iglesia en la primera parte de la Edad Media.

La Santa Inquisición quemó, como es sabido, muchísimos libros heredados de años anteriores y de muy diversas áreas. Entre estos, se ha presupuestado, se cuentan escrituras de Zoroastro o Zaratustra además de manuales de rituales y de alquimia, libros de astrología y numerología, entre otros textos importantes para la tradición hermética.

Luego del Renacimiento, comienza un auge de la razón, lo que produce la consideración de las prácticas esotéricas u ocultistas (llamadas así por tener que “ocultarse” frente a la Santa Inquisición) como superficiales, como si fueran solo un tema de fe y no tuvieran ninguna base racional. Por el contrario, el esoterismo en un principio, es un acto de fe, sin embargo, de ahí en más, su desarrollo utiliza tanto la razón, como la intuición y las emociones para una integralidad del ser humano. Por el hecho de partir de un acto de fe, no dista mucho de la razón, ya que para que esta pueda adentrarse en el terreno de lo real para así establecer una lógica, debe determinar qué es la realidad y como ello no es posible, por medio de la razón (no puede explicarse la razón a sí misma), no queda más que aventurar una creencia. Es de la misma manera y en el mismo sentido en que el esoterismo toma este acto de fe, como la necesidad de explicarse la realidad y la existencia. 

Hoy en día el esoterismo está posicionándose poco a poco en la cultura dado a que los elementos que la configuran basalmente, tales como la religión, la política, la educación, la economía, y la salud, no están funcionando; en otras palabras, están perdiendo o han perdido su sentido. El esoterismo ha tomado este lugar llenando los vacíos que han dejado estas instituciones para proponer un paradigma distinto, una forma de enfrentar la vida de una manera distinta: a través del símbolo.

La simbología toma un rol fundamental en el esoterismo, específicamente en la tradición hermética. Como Federico González ha señalado en su Introducción a la Ciencia Sagrada:
El símbolo es la huella (o el gesto) visible de una realidad invisible u oculta. Es la manifestación de una idea que así se expresa a nivel sensible y se hace apta para la comprensión. En un sentido amplio toda la manifestación, toda la creación, es una simbólica, como cada gesto es un rito, sea esto o no evidente, pues constituye una señal significativa.
El símbolo nombra a las cosas y es uno con ellas, no las interpreta ni define. En verdad la definición es occidental y moderna (aunque nace en la Grecia clásica) y podría ser considerada como la puerta a la clasificación posterior.

El símbolo no es sólo visual, puede ser auditivo, como es el caso del mito y la leyenda, o absolutamente plástico y casi inaprehensible como sucede con ciertas imágenes fugaces que, sin embargo, nos marcan. En la época actual se le suele asociar más con lo visual, porque la vista fija y cristaliza imágenes en relación con estos momentos históricos de solidificación y anquilosamiento más ligados a lo espacial que a lo temporal. (Federico González)

Por lo tanto, los símbolos son algo así como indicios que guían nuestra existencia. El camino a la religión (re-ligare) es la Vía Simbólica. El símbolo, en definitiva, es un intermediario entre dos realidades, una conocida y otra desconocida, y por ende constituye un vehículo en la búsqueda del Ser a través del Conocimiento.
Lejos de ser pura superchería, el esoterismo y la Vía Simbólica, constituyen un nuevo paradigma para enfrentar la realidad.