sábado, 7 de mayo de 2011

Conciencia moral, de sí y del todo.

Hoy por hoy el término “conciencia” es utilizado tanto y de tan diversas formas que ha perdido su significación trascendental. Entre todos los usos que se le ha dado, me parece distinguir dos grandes grupos: la conciencia moral y la conciencia de sí mismo.
El término “conciencia moral” se utiliza para responder al darse cuenta de “lo bueno y lo malo”, es decir, como una facultad basada en la razón que capacita un juicio valórico, o sea, poder decir de un acto o situación que es buena o mala, correcta o incorrecta, pertinente o no pertinente, etc. Sin embargo, no es suficiente esta definición para el rol que cumple dentro de la moral, esto es, la base por la cual puede haber un reproche social general a ciertos actos al punto de que quienes no cumplen con esta conciencia moral, son enfermos mentales o sociópatas.
Si bien hay ciertos valores que se han repetido incesantemente a lo largo de la historia y ciertos tabúes que son universales (como Lévi-Strauss ha develado en sus investigaciones, el incesto es un pecado universal), no se puede apresurar la conclusión de que sea porque haya una conciencia moral impregnada en cada individuo, al menos, no al punto de considerar sociópata a quien no comparta esta.
La pauta valórica que predomina en una determinada sociedad está basada en la cultura preponderante de dicha sociedad. Así, por ejemplo hoy, hay una pauta valórica que ha sobrevivido muchas épocas, quizás todas, pero quienes practican esta, son la minoría. La pauta valórica que impera es una transvaloración del ser de la persona, por el hacer de la persona, esto es, la persona ya no vale por sí misma, sino que adquiere valor en cuanto sus acciones se ajusten a un sistema, en cuanto encaje con el mecanismo actual, más aún, hay veces en que ni siquiera el hacer algo es suficiente, sino que se hace necesario lograr un producto material con lo que se hace para ser considerado una “persona”. Cuanto tienes es hoy cuanto vales.
La transvaloración imperante produce una baja autoestima en toda persona que no logra producir por sus acciones. El peso de la mirada social sobre el individuo es una condición muy difícil de superar a la larga. Resulta que el individuo da por cierto lo que la mirada social ha impregnado en él, un análisis ingenuo probablemente diría que es fácil distinguir cuales son los errores que la mirada social presenta y, probablemente, defendería muchas de las posturas sociales como correctas, como buenas o aceptables, o tal vez, simplemente, se vería como un “no queda otra”. Pero la mirada social determina más de lo que un análisis superfluo podría distinguir.
La mirada social funciona como una cadena, hoy es difícil verificar de donde comenzó, sin embargo, no es inoportuno postular que es por la pérdida de sentido de algún grupo social en algún momento histórico, probablemente, muchos factores más influyeron, pero la chispa que prende el fuego, ha de partir de una mirada social inicial, de un paradigma de la realidad errado en cuanto a la integralidad humana o, quizás, una malinterpretación de un paradigma en principio bien intencionado. La cadena de la mirada social funciona de manera que el individuo configura su conciencia moral basado en los reproches de la sociedad (en primera instancia, de la familia), es decir, configura sus juicios valóricos en base a estos reproches. A su vez, la mirada social que condiciona al individuo, ha sido ya corrompida por otra mirada social y así sucesivamente hasta el inicio de los tiempos.
El cambio de conductas y patrones valóricos obedece a un sistema caótico, es impredecible como cambiarán a largo plazo las miradas sociales, un pequeño cambio (la mirada social de Jesús, la mirada social de Napoleón, la mirada social de Marx, la de Hitler, la de Buda, la de Stalin, la de Rousseau, la de Voltaire, la de Hobbes, la de Descartes, la de Kant, etc, etc, etc.) provoca cambios radicalmente inesperados. Un sistema caótico se basa en una cadena de causas y efectos: el beso de dos personas en New York puede producir un incendio en Tokyo después de cincuenta años porque (suponiendo) el beso de esas personas causó celos en otra persona, esta se desquitó con su esposa quien después de diez años de maltratos se divorció, luego de diez años más se casó con un japonés que andaba de paseo por New York y se mudaron a Tokyo, y pasados treinta años de vivir juntos deciden casarse. En el matrimonio alguien prende un cigarrillo y luego de fumarlo, lo tira sin apagarlo bien y produce un incendio en Tokyo. Quizás el análisis resulta rebuscado, pero no es del todo descabellado si se considera que no es la única causa, puesto que hay, en un sistema caótico, a medida que el tiempo avanza, una incidencia de diversos e innumerables factores que funcionan como causas. De la misma manera, funcionan los cambios sociales, hay cambios, en una época considerados mínimos, que en otra se tornan de vital importancia.
La conciencia moral, varía entonces, según la época y de acuerdo a un sistema caótico, la única armonía que se puede encontrar en este sistema y que, en realidad, no es tan certero (por la cantidad de años que podemos observar el fenómeno), es la estabilidad de ciertos valores que se repiten.
Los valores que se repiten son los que configuran la conciencia de sí mismo. Estos valores se pueden reducir a los diez mandamientos, a las cuatro nobles verdades, a los derechos humanos, etc. En específico, la base de todos los valores que se han repetido, es el amor al prójimo. Incluso en Kant está presente en un imperativo categórico: Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio. 
La conciencia de sí mismo permite una valoración del sujeto en cuanto a sujeto, esto es, en cuanto a sujeto perteneciente a un grupo de sujetos pero diferenciado y particular. La toma de conciencia de sí mismo, permite verse a sí como un otro en tanto al grupo, al mismo tiempo que considerar al grupo igual a mí en esencia. La conciencia de sí mismo se da por la introspección (por los medios que yo sé), por medio de la meditación y por la inspección de lo externo, por medio de la contemplación. Ninguno de los procesos ha de ser netamente racional, pues este tipo de proceso sintentiza la totalidad para hacerla entendible, procesable (metáfora computacional, cambiar el formato para que sea apto a la configuración de la conciencia humana, o sea, en formato temporal y espacial). Los procesos reclaman la exclusión de todo proceso cognitivo y emocional para quedarse con la intuición a partir de un todo difuso, no procesable por medio de la razón, pero experimentable por la conciencia de sí mismo. De esta manera, la conciencia de sí mismo permite concebir el todo como un todo y concebir el todo como un todo, permite la conciencia de sí mismo.

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